Teresa era
una mujer de cuarenta y cinco años, separada y con dos hijas, de catorce y diez
años respectivamente. Ella trabajaba como administrativa en una empresa de
pinturas, la cual fue a la quiebra y ella al paro. No podía pagar el alquiler
de su casa y mantener a sus hijas, así es que decidió mudarse a vivir con su
madre que estaba viuda y vivía sola.
Todo marchaba bien, pero ella notaba
que el comportamiento de su madre no era el de siempre. Se enfadaba por
pequeñeces y le gritaba, ella sabía que su madre nunca fue así. Un día en el
supermercado se desorientó y no sabía volver a casa. Pensó que era la situación
la que le llevaba a actuar de esa manera. Una noche en la cena se desató una
conversación en la que no entendía nada, su madre estaba muy enfadada, le
acusaba de robarle su cartilla para sacarle el dinero y gastarlo en cosas para
las niñas. Se le perdieron las llaves y
pensaba que quería quedarse con su casa. Ella no entendía nada pero
sabía que algo estaba ocurriendo.
Cuando se
pasaba todo, su madre no recordaba nada de lo sucedido. Decidieron ir al
médico. Este le hizo varias pruebas y cuando fueron a por los resultados, el
diagnóstico fue fatal. Su madre tenía la enfermedad de Alzheimer y posiblemente
hacía años. En ese momento cuando estaba escuchando al médico todo le sonaba
raro, ella no sabía nada de dicha enfermedad.
Teresa se sintió perdida y
experimentó diferentes emociones: coraje, rabia, pena, depresión y tristeza
entre otras. La enfermedad ya llevaba muchos años instalada en el cerebro de su
madre y se culpaba de no haberse dado cuenta antes.
Lloró mucho y
se culpabilizó mucho, pero se convirtió en su cuidadora y eso le fue calmando
su espíritu dañado. Decidió informarse y pedir ayuda, eso le hizo entender
muchas cosas y el comportamiento de una madre que ha olvidado que tenía una
hija y una vida. La información y el apoyo que encontró en asociaciones
dedicadas a la ayuda de los familiares hizo que no se quemara como cuidadora,
entendió que si ella se cuidaba su madre estaría mejor atendida. El cariño, la
ternura y su amor por ella hizo que su
madre estuviera feliz, porque el amor y las caricias no se olvidan, aunque su
cerebro tenga borrada toda una vida.
Teresa le reconfortaba estar a su lado, aunque estuviera enferma
seguía siendo ella, con sus días buenos y malos merecía la pena estar ahí,
porque aún tenía muchas cosas valiosas de las que disfrutar.
Ser
cuidadora es duro, pero muchas veces
tiene la mejor recompensa, que es estar junto a la persona que quieres, cogerle
la mano, acariciar su cara y arrancarle una sonrisa de su rostro perdido.
Si tú te
cuidas a ella la cuidaras mejor.
Dedicado a
todas las cuidadoras/es.
MARÍA PÉREZ GARCÍA.
Refleja el estado de un cuidador/a en una situación real
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