La
dieta de una persona enferma de Alzheimer u otra
demencia debe adecuarse a la situación de cada persona y a la fase de la enfermedad en la que se encuentre. Tiene
que ser variada y de sabor agradable,
respetando al máximo los gustos de la persona enferma. Las comidas deben ser frecuentes y poco
abundantes, eligiendo alimentos que aporten energía y todos los nutrientes.
En
la fase leve o inicial las personas pueden comer solas, pero la pérdida de memoria puede originar que se olviden
de las comidas o de los horarios. De
esta forma, es probable que no lleguen a completar todas las comidas
necesarias a lo largo de un día. En este estadio es muy importante fomentar la autonomía de las
personas enfermas, haciéndoles colaborar,
por ejemplo, en la elaboración de la comida o preparación de la mesa.
En
la fase moderada o media la persona enferma comienza a necesitar ayuda parcial para comer y beber. En
algunas ocasiones es posible que no puedan
masticar o tragar bien los alimentos. Además, comienza a disminuir la percepción de los olores
y sabores qué junto a la reducción de la salivación y sequedad de la boca, propicia
un rechazo de la comida.
A
medida que avanza la enfermedad la ayuda y atención que se le debe prestar a la persona enferma de Alzheimer
para una adecuada alimentación es mayor. Cuando las personas ya se
encuentran en una fase avanzada o grave
de la enfermedad la dependencia que la persona enferma tiene de otras personas para que le alimenten es
total y la dieta debe cubrir las necesidades
nutricionales básicas, asegurarle una buena hidratación y evitar el estreñimiento. Aparece
dificultad para tragar, tanto alimentos sólidos
como líquidos, con riesgo de atragantamiento, por lo que es frecuente que rechace la comida. Es
importante mantener en lo posible los
hábitos que la persona enferma tuviera anteriormente no excluyéndole de
comidas familiares.
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